viernes, 15 de enero de 2010

Colguijes


Tengo cinco nuevos collares, tres pulseras y un anillo de siete cascabeles que intentan remplazar las siete monedas que imploraban en su tintineo con San Antonio de cabeza, la llegada de un amor que nunca apareció o del que nunca quise darme cuenta; pero los cascabeles tintinean más y mejor, de suerte que después de tanto tiempo en silencio, ahora me siento realmente yo, sonando en todo momento. ¿Será esto el inicio del nuevo ciclo?, quizá las campanas tuvieran algo que ver, será quizá que los nuevos grilletes reconfortaron un poco mi espíritu, o tal vez, que la ilusión de apagar vientres velas en un pastel del que todos comerán un rebanada menos yo –hace tiempo que odio las cosas dulces- sea un aliciente que me hace ver las cosas más desenfadadamente.

Mi vida llena de paradojas, “que para amarrar… hay que soltar”, dice mecano en el altavoz, y no me queda la menor duda. Amarrarme a mi mismo, a este presente, soltado al pasado, por eso la ilusión por los collares, las pulseras y este anillo que ha venido a llenarme de una infinita dicha…. y me rio de mi mismo, que sencillo y absurdo, siete cascabeles sonando, una por cada día de la semana y adiós al espanto.

Porque si el autoanálisis no funciona, un pequeña charla con el terapeuta desconocido que al inicio desdeñe, vino a plantear una nueva posibilidad, pero es qué ¿no es acaso lo mismo que yo hago con aquello que vienen a mi?, por supuesto, susurra la vocecita de mi conciencia, y vuelvo a reír. Señales vienen y van, el cambio se aproxima, no sólo los colguijes, también las páginas, antiguas historias que pase por alto y que ahora cobran sentido, historias de páginas amarillentas, blanquecinas, destartalados libros que caen por casualidad en mis manos, a los que me sumerjo desmedidamente, traen respuestas, plantean preguntas, me animan a seguir descubriendo… ya no tengo miedo, estoy ilusionado, dejo de ser rescoldos y me convierto en llamarada….

Porque tengo cinco nuevos collares, tres pulseras y un anillo de siete cascabeles que intentan remplazar las siete monedas que imploraban en su tintineo con San Antonio de cabeza, la llegada de un amor que nunca apareció o del que nunca quise darme cuenta; pero los cascabeles tintinean más y mejor, de suerte que después de tanto tiempo en silencio, ahora me siento realmente yo, sonando en todo momento.



Ignatius complacido

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