domingo, 8 de marzo de 2009

Historia de vida

Lo llevo en mí como un remordimiento,
pecado ajeno y sueño misterioso
y lo arrullo y lo duermo
y lo escondo y lo cuido y le guardo el secreto.

X.V. Nocturno Mar

Menos de la mitad de las veces, me comprendo menos de las mitad de lo que quisiera, y más de la mitad de las veces un poco más de la mitad de lo que debería. Escribir sobre mi mismo, no me resulta sencillo, es un trabajo que requiere de una ardua introspección, se que el desdoblamiento interior es uno de mis peores vicios, pero plasmarlo en papel no es sencillo, más aún, cuando muchas emociones se encuentran entre sí, opuestas, confusas, sin mucho sentido.

Veintidós años llevo caminando entre las calles de esta cuidad, de los cuales he olvidado muchos de los detalles, muchas de las vivencias, mi memoria nunca se ha caracterizado por ser de las mejores que conozca, pero qué puedo hacer. De mi infancia no creo que pueda contar mucho, se que existió puesto que hoy estoy aquí, si fue buena, mala, feliz o dramática no lo recuerdo, quizá algún día el diván me ayude a descubrirlo, pero mientras eso ocurre baste con saber que existió. Conciencia de mi mismo, es decir, la capacidad de percibirme tal y como soy, puede decirse que la tengo a partir de mi adolescencia, de los quince años para ser exactos, el tiempo de la vocacional, aquél que hoy miro en lontananza, como el punto de una fractura, la de un antes que no puedo recordar y un después que ha sido interesante descubrir.

En aquella época pase de la fantasía de los súper héroes japoneses al mundo de los que entiende con una mirada, de los relatos de superación personal moralistas de Cuauhtémoc Sánchez al sutil homoerotismo de Oscar Wilde, deje de ver en mi compañero de clases, al amigo cómplice de travesías, para ver en él al amante ideal del amor griego, el adonis perfecto al que le escribiría cartas que tiempo después entregaría sin recibir respuesta.

El punto es, que desde entonces me reconozco tal y como soy ahora, no puedo decir que sin dramas, porque los he tenido y muchos, dramas relacionados a complicaciones pseudo filosóficas con etiquetas absurdas y amores extraños, en fin… nada que no se halla escuchado antes; el cliché de la infinita pregunta ontológica ¿Quién soy, o quién debo ser?, niño bien, chacal, oso, lether, o cualquiera otro estereotipo excéntrico que ayude a refirmar cierto tipo de identidad. Es que la identidad es lo más preciado que poseemos, nos da vida, nos hace reconocibles para otros y ante nosotros mismos, debemos de pertenecer a algún sitio, debemos de ser alguien sin importar qué, pues de lo contrario somos nada, invisibles, figuras desdibujadas que nadie toma en cuenta.

He de confesar que durante un tiempo, me sentía así, inexistente, como si en aguas de tritones me fuera imposible nadar. Imaginaba cosas absurdas, pensaba que algún día un fastuoso personaje de mis libros saldría de entre esas páginas para acompañarme de por vida, pero la realidad es aplastante, un día el propio deseo te lleva ha descubrir el camino y la verdad. Descubres a los otros, a tus similares, aquellos que como tú, saben del amor que no se atreve a decir su nombre -frase trasnochada, pero no por ello menos hermosa- conoces a aquellos que saben del amor de hombre, aquellos que desvían la mirada a un buen paquete en lugar de a un par de tetas, esos que se muerden los labios en el metro, a los que en la mirada se les escapa un cierto brillo inconfundible, un olor, un algo que los pone en evidencia; y entonces sólo entonces te das cuenta de que como tu hay más, cientos, miles, en todos lugares, en la escuela, en la calle caminando, en el café, en la tienda, en la misma cuadra incluso.

El despertar de aquel entonces me trajo esperanza, que luego se convirtió en espanto, pues en mi desesperación me descubrí más ajeno aún, la simple idea de hablar con alguien de ellos me aterraba, pero al mismo tiempo me resultaba tentadora, sin embargo no sabia qué hacer, qué decir, cómo actuar.

Pero el tiempo, rostros hoy olvidados, hermosas coincidencias y un poco de suerte, me llevaron de la mano para descubrir que mis temores, eran sólo parte de una fantasía absurda que no se donde forme. La vida es la misma te gusten los hombres o no, los amores son complicados y el dolor se vive de la misma forma.

En este tiempo, en estos siete años, he desmentido mitos, he creado realidades, he descubierto verdades y engaños; me di cuenta que ninguna boca sabe igual, que las caricias pueden caer sin sentido, que frases sutiles pueden ser artimañas peligrosas y que el cuerpo de un hombre desnudo es la prueba más genuina que tengo de la belleza y la divinidad.

Soy Ignacio, para algunos Ignatius, muerde polvo incansable para otros, en comunión con mi fe, mi amor, mi esperanza y la poca o mucha inocencia que me quede. Hombre al que le gustan lo hombres y lo disfruta, trasgresor de géneros, amante de la poesía, satisfecho con la vida, en ocasiones molesto, pero siempre preocupado de vivirla. Fanático del contacto, del café y los cigarros, creyente asiduo de la conversa y el intercambio de ideas, desmenuzador de identidades. Cuya mayor incógnita es la mirada, esa mirada que me devuelven ciertos ojos, que me trastoca y trastorna el alma, al que se le escapan suspiros y desvelos en la espera de ese cuerpo, esas manos, esos labios, ese existir que traiga preguntas, que de respuestas, en espera de él, que despierte deseo, duda, temor y enojo, ese que sea mortal como cualquier otro, capaz de entregarse y recibir esta existencia para nadar sin restricciones en el nocturno mar, no amargo, sí indolente.




Ignatius introspectivo

domingo, 1 de marzo de 2009

Hartazgo


Los días son los mismos, nada nuevo, nada sorprendente, pasan cada uno, cual gotas cayendo del grifo, uno, otro, otro, así hasta convertirse en trescientos sesenta y cinco para completar el ciclo y oxidar un poco más el alma.

Qué puedo pensar, tres meses ya han pasado, rápido lento, quién sabe, no lo se definir, pero todo sigue igual, no, igual no, ahora no tengo mucho por hacer y mis intentos por mantenerme ocupado han sido un completo fracaso.

Algunas veces he logrado sentirte vivo, un poco en contacto con el mundo, con la otredad, pero la mayoría del tiempo la he pasado aquí, en estas cuatro paredes, a la expectativa de noticias que puedan al menos, hacerme sentir un poco más vivo, más real, más humano, pero nada, todo sigue… no pasa nada.

Especialmente hoy, desde el amanecer parece que he sido invisible, con este humor desgraciado que me irrita por cualquier cosa, no he encontrado nada productivo que me anime a sonreír sinceramente, todo es sarcasmo pueril, comentarios viperinos y un enojo contenido quién sabe a cuentas de qué.

Y yo que creí que todo iría mejor, que las cosas serían más interesantes y afortunadas, que la gran perra de la vida me llevaría hacia arriba, que esa huevona rueda se volvería hacia mi con buenas intenciones, pero la desgraciada se empeña en tenerme abajo, sin señas siquiera de empezar el ascenso.

Necesito vacaciones, vacaciones de mi mismo, un desprendimiento profundo que me obligue a cuestionar de nuevo mi existencia, la utilidad de mi vida y el propósito escondido por el que debo luchar, que absurdo es todo esto, la vida me resulta tan aburrida, tan común, los mismo lugares, rostros conocidos que no cambian en nada, los mismo pensamientos deformados y la misma inquietud de siempre.

El café no me sabe igual, el humo ha dejado de serme útil, la conversa se vuelve monótona y repetitiva, el contacto de tanta profundidad ha caducado por seguir aferrándose a arquetipos que se han sobre analizado.

Quizá deba esperar un poco, a que el teléfono suene, a que en la bandeja de entrada halle un nuevo mensaje con esas palabras que aunque no este seguro, me encantaría leer, escuchar o al menos fingir que existen, para llenar un poco el vacio, para tener algo más o menos real o actuado porque preocuparme y ocuparme.

Ya no se ni lo que digo, ya no se ni lo que quiero, es esto el hartazgo, la misma visión todos los días, la misma indefinición, las mismas vicisitudes y el mismo tiempo, congelado, absurdo, repetido, mil veces conocido, mil veces vivido, en la ausencia de evolución, sólo queda el letargo de mis sentidos y una muerte falsa que no termina de consumirse…







Ignatius fastidiado