jueves, 20 de enero de 2011

La emoción de los 24 (mi vida en asociaciones)

Siempre de alguna forma retorno a lo sitios que Fortuna en su incansable girar me ha llevado, lo curioso es que nunca de la misma forma, a veces inadvertidamente sin mirar, otras para reafirmar la fatalidad de ciertos sucesos, unas otras para exorcizar los demonios que a cuesta me turban la conciencia, en ocasiones para quedarme. 24 años, más que vívidos y disfrutados, nada puedo reprocharme, sin embargo nunca antes cumplir años me había emocionado tanto, es que la asociación con esta edad me resulta tan antigua, que se convirtió por mucho tiempo en símbolo de expectación, sospecha y duda, asociación hecha a fuerza, labrada por aquellos que el amor ha ido dejando en mi lista negra de nombres y hombres… ¿cuando cumpla 24, qué será de mi? Y por fin llegue a este número que me representa más que las horas que transcurren un día, y quizá por ello me sienta con la necedad de justificarme, de explicarme y desdoblarme hasta el hartazgo, porque se me antoja como momento de definición porque desde los 15 los 24 me acompañaron en la otredad cómplice de caricias, besos, embustes y desdoblar de sabanas. ¿Quién soy? ¿Qué he sido?

Debo empezar por el origen, mi propio nombre, que aunque me empeñe en firmar como Ignatius –regalo de un mentor de infinita sabiduría que muy pronto descubrió en mi la tendencia de conjurar la necedad y la locura  - pseudónimo agradable a la codicia de mi cóclea por su musicalidad, lo cierto es que soy IGNACIO, que viene de ignis que significa fuego, Ignacio el que arde, Ignacio el fogoso, el ferveroso, porque no puedo ser trémula llamarada, porque siempre he sido fogón ardiendo aunque de mi propia quemazón ni yo mismo pueda rescatarme, nombre es también destino y sin pensarlo, sin siquiera proponérmelo, esta asociación que inicio como herencia de mis padres, no puede ser más que cierta; y aunque el nombre de la imposición no erro, el de la elección tampoco lo hizo, pues si me preguntaran cómo me hubiese gustado llamarme, sin pensarlo la respuesta sería Sebastián, nombre del Santo muerto a flechazos, perseguido y condenado al cadalso por la incomprensión, por no seguir “la norma”, aquel que frente a la muerte atino a decir: “Os lo digo, os lo digo, quien más profundamente me hiere, más profundamente me ama”, palabras que sin conocerlas después se convertiría en otra realidad más en mi vida.

Del nombre, puedo pasar al destino de las estrellas, el oráculo y la adivinación, porque pese a que digan lo contrario soy de signo acuario, constelación creada por Zeus en nombre de su copero, Ganimedes, príncipe troyano del que según el mito, fue raptado por el caprichoso Rey de los Dioses transformado en águila para convertirlo en su copero y amante, mortal llevado al Olimpo, bendecido por la gracia, la belleza y a quien se le permitió conocer los secretos de la ambrosia y aquellos seres caprichosos que luego fueron olvidados, y aunque la ambrosia sea mito el in vino veritas, es también parte de mi propia historia; lo mismo que la locura, el idealismo y extravagancia que caracteriza a los que nacieron bajo la tutela de este signo, que tan bien me representa.


De las estrellas, habrá que retornar a la tierra, y lo único que puedo enlazar es el Flandrin que sobre la roca frente al mar, me cautivo desde la primera vez que lo vi, porque en él me vi tantas veces reflejado, porque si el alma tiene forma, la mía no puede ser otra, y el más no puede ser otro que el inconsciente, del que no tuve conciencia sino hasta el día en que decidí que en mi vida lo que quería hacer era escuchar los secretos de ese mar, los murmullos que se esconden entra las palabras de los otros y ahora me la paso escuchando quitas de los demás, y sorprendentemente lo disfruto, no porque no me baste con las mías, sino porque no podría dedicarme a otra cosa que no fuera la escucha a pesar de mi testarudez, porque la escucha me ayuda a la conversa y la conversa a plasmar ideas en hojas en blanco, con letras inteligibles que ocultan frases para siempre muertas, porque nadie podrá jamás descifrarlas, ni siquiera yo que las he creado.

Las palabras me llevaron a las letras y en las letras descubrí otros mares, nocturnos, amorosos, sicarios, pianistas y amores; encuentros, desencuentros, fatalidad, felicidad, risa, llanto y mil emociones más que he aprendido, que he vivido y descubierto en mi mismo, en la mirada del otro, en el amigo, en el amante, en el vecino, en el compañero de viaje y aquel que antes me señalo y luego se retracto, porque quiso, no por obligación y también en aquellos que no lo hicieron y seguirán condenándome sin entender yo bien el porque.
24 años, a muchos los conocí cuando dijeron tener 24, y yo diferentes edades, ellos siempre 24, unos se quedaron en la resaca del olvido, otros los recuerdo por algún detalle: el rictus de sus labios, el sabor de sus besos, el fuego en sus manos, las palabras que se quedaron como huellas en la memoria o esa mirada queme robe para mis adentros, a uno lo recuerdo por lo que dejo y nunca fue… y yo ahora a los 24 ¿porque seré recordado?


Tal vez no deba preocuparme mucho por ello, quizá lo verdaderamente importante, es recordarme a mi mismo, que siempre seguiré siendo lo poco que estas líneas dicen de mi, lo mucho que les falta decir, lo que no me atrevo aun a decir, pero sobretodo que seguiré siendo por siempre, porque es mi deseo más grande a partir de este momento, Ignacio, Ignatius, uno más que muerde el polvo, ese qué más que otra cosa desea tiempo para continuar, siendo esto y lo que durante el trayecto siga sumándose a este saco de huesos –parafraseando al señor F – significado y significante de aquel que se atreva a continuar conmigo….

domingo, 9 de enero de 2011

GANAS

La cosquilla ha vuelto a asaltar mis dedos, el cursor que parpadea incita mi curiosidad, tengo ganas de escribir, simplemente ganas de decir algo… se lo que es, pero no se decir que será, así como X. V. es su inventar la verdad… pero ¿Qué verdad soy capaz de inventar? Fortuna ha girado sobre sí misma nuevamente, como siempre, como nunca; y no puedo decir que me sorprenda, estoy acostumbrado a sus reveses, su caprichoso afán, y heme aquí intentando satisfacer estas ansias, por completar unas cuantas líneas que tengan algo de cordura y si no, por lo menos un poco de coherencia.

Hoy desperté animado, los últimos días han transcurrido con insólita tranquilidad, sin espacio para dramas ni espasmos, que estoy a punto de acostumbrarme a esta quietud, pero un mar en calma es un mar muerto, del que no he de interpretar nada, porque ni la fatalidad puede seducirme en estos momentos. Será esta la plenitud, los 24 se acercan rápidamente, me emociona, tengo ganas de festejar y aunque creí que la duda se apoderaría de mi por el simbolismo que ese numero a llegado a tener en mis historias me siento cínicamente inocente.

Entregado a la lectura ávida, no como refugio, más bien como gozo, descifrando canciones viejas en nuevas versiones que me resultan agradables, creo que ese es el punto, la re-significación, mis viejas historias vistas a distancia se me antojan ahora diferentes, sin pesar, vistas ahora sólo como hechos que forman parte de mi y mí imagen que se ha modificado, tengo ganas de un nuevo sabor de café, de un nuevo aroma de tabaco, tengo ganas de ver hacia adelante sin preocuparme por lo pasado ni mucho menos por el futuro que se acomoda lentamente ante esta mirada de sosiega que traigo desde hace un tiempo.
Tengo ganas de comprar algunos CD`s que aunque han caducado me emocionan mucho, tengo ganas de caminar por el centro, de ir a Moneda, entrar en esos locales de bisutería barata y cargarme con collares y pulseras nuevos, porque casi ya no tengo, porque con el tiempo se han ido agotando, rompiendo, perdiendo, desgastando, tengo ganas de un anillo nuevo, de esos escandalosos que tanto se me parecen, porque ya casi no sueno.


La última vez firme como Ignatius deseoso y me sorprende darme cuenta que continuo así, deseoso pero no de un otro, aunque no se desdeñe la posibilidad porque seria falta pretensión, pero es que la otredad se me antoja como posibilidad, no como necesidad, porque en estos momentos descubro que únicamente necesito de mí, de ese yo que se siente complacido sin entender muy bien el cómo o los porqués de tal estado, pero que tampoco se agobia por no saberlos.

Tengo ganas de los amigos, de la conversa y la risa desenfadada por tonterías, por recuerdos del absurdo y la complicidad, tengo ganas de la vida como nunca antes las había tenido, pero lo mejor de todo es, que tengo ganas de no quedarme con ganas de nada, lugar común que no expresa sino mi disfrute en esta tregua que tanto tiempo me costo darme.

Ignatius satisfecho