Años atrás solía dedicarme
algunas líneas para festejar el giro de Fortuna, pero con el tiempo como muchas
otras cosas en mi vida, deje de hacerlo. Pero si algo he aprendido a lo largo
del tiempo es que hay algo así como un real en el eterno retorno, que al final
de cuentas, repetirse es uno de los actos más característicos del sujeto.
Par de tres, gran simbolismo en la
vida de un hombre, edad de “Cristo” le dicen y por alguna razón la he
interpretado como el final de la juventud y el inicio de la “adultez”, sea lo
que sea que eso signifique, porque en terrenos del significante, los
significados terminan por resbalarse.
Las crisis de la edad son sin
lugar a dudas un cliché básico por decir lo menos, pero la belleza de esto es que
sin duda nos cuestionan, nos obligan a detenernos, evitar por un momento de la
inercia de la rutina, hacer pase de lista en lo especular – al menos –, corroborar
que la imagen en el espejo nos queda un poco a deber y que no somos aquello que
criemos, no en su totalidad, porque siempre habrá algo en falta.
Allá en mi adolescencia solía
decir irresponsablemente que mi tope serían los treinta, he sobrepasado el
límite ilusorio de una adolescencia febril y apasionada, por eso no tengo muy
en claro que sería de mi a estas alturas de mi vida; lo cierto es que lo he
tenido que ir construyendo poco a poco, paso a pasito, con la ayuda del deseo y
no sin perderme un poco en el trayecto.
Tener 33 no hace una diferencia
sustantiva, más bien significativa, porque luego de los enredos hay que ir deshaciendo
algunos nudos, atar otros, hallar nuevas formas para madeja de la vida.
Así que festejo estar aquí, con
estas líneas insensatas, en el centro de la rueda, que Fortuna no se detiene,
ella avanza, sin importarle la dirección que para eso estamos nosotros, para
interpretar sus giros, dos arriba…uno abajo, combinación errática de sumas y
restas, de palabras y silencios.