viernes, 31 de mayo de 2013

VOZ

 

Paul Cadmus _Hace tiempo que he dejado de escribir, lo cierto es que el retorno al análisis ha sido todo un reto, sesión tras sesión ha sido una confrontación conmigo mismo a partir del otro, “Porque hablas de ti, hablando de los otros” –dijo la esfinge - surge la máxima que dicta que nuestra imagen - el yo - surge en el encuentro con el Otro.

Pero el retorno al análisis no fue sólo un regresar a las peroratas del lenguaje a las que esta sujeto el inconsciente, esa voz que habla sin hablar, la voz que se nos escapa sin darnos cuenta, esa que el analista atrapa en su escucha para devolverla en forma de interpretación - más de una insoportablemente cargada de una verdad hasta entonces desconocida – fue un retorno que me ha obligado a redescubrirme como no soy, como no quiero serlo, como nunca seré, para descubrirme al fin como soy, en la falta, vista desde la ausencia, pero también desde la transgresión, porque es la falta lo que empuja al deseo frente al goce.

¿Pero qué estoy escribiendo? Bien sé que esto que se escapa es parte del mismo lenguaje, el Edén del neurótico es la culpa, la culpa de ser deseante, la culpa del límite y de la satisfacción, porque dicen aquellos que escriben, los que saben que el deseo esta indisolublemente condenado a la insatisfacción.

¿Qué sentido tiene todo esto entonces? ¿Será qué todo esto es un espiral del que la salida es imposible? ¿Qué hay más allá del lenguaje? Me parece un cuestionamiento justo, aunque para expresarlo mejor, ahí donde se lee justo, debiera decir ético. Puedo contestarlo de dos formas, ambas cargadas de la complejidad del sinsentido que tiene sentido en tanto nos atraviesa, mejor dicho, me atraviesa, pues he aquí que estas son las palabras que decido enunciar.

Primeramente es sentido de la responsabilidad sobre el goce, goce del yo, goce del otro, goce del Otro; es romper con la cadena de significantes, hacer un corte ahí en medio de ese lenguaje por medio mismo del lenguaje, es llegar a la sorpresa de la nada luego de descubrir fantasmas, porque es en la nada y el vacío que el inconsciente descubre sus amarras.

Vuelta sobre mí mismo, sobre el lenguaje, la segunda forma que tengo de enunciarlo. El discurso de los otros en mi, del que me apropie sin darme cuenta, ese que se ha repetido como la voz de Eco en el llamado a Narciso hasta quedarse sin voz, porque en sus palabras me sentencie a mi mismo, porque en esas frases que luego recrearía por mi cuenta fue que me descubrí y al hacerlo me creé. Es el eterno retorno del que ya me había percatado, significante ahora lleno de significado, que busca la resignificación. Es la transición de aquel lejano “uno más que muerde el polvo” al Ignatius que ahora soy, no sin ataduras, porque la sentencia queda inscrita en la manera en la que lo nombro, porque tuve que llevarlo al extremo hasta quedarme sin voz, y aprender desde el silencio un nuevo lenguaje, un lenguaje que sigo construyendo con la ayuda del otro.

Y no, ya se que esto no es psicoanálisis, porque todo lo que se enuncia de sí mismo fuera del contexto de la experiencia del análisis es vano, pero lo hago como ejercicio como resultado, es un análisis que le debía a este espacio - y a mi mismo - como consecuencia de la elaboración, espacio que ha sido testigo pues es aquí dónde puedo reconocer las dos voces, la que me llevo hasta el silencio de la nada y aquella que poco a poco se va abriendo paso, la misma voz transformada, este lenguaje que con sus respectivas faltas ha inscrito en la realidad una parte de lo simbólico, de lo imaginario, de lo real que me conforma, que me confronta y constituye, porque seguiré siendo un ser parlante, que ahora intentará también andar en el camino de la escucha, de otros que hablan.

He aquí el resultado, en estas líneas que sin sentido tienen sentido, significantes, porque son palabras de Amor, de Odio, palabras de Pasión, de Dramas y Comedias, palabras de Goce e Insatisfacción, palabras del desencuentro y del Encuentro con el otro, con el Otro, son mis palabras de Deseo en mi condición de ser deseante, posición a la que no deseo renunciar, porque desde la nada fue que empecé a construir y deseo seguir haciéndolo, deseo construir una vida en el encuentro con el otro, con el Otro, con él, construir una vida para mi.