viernes, 9 de marzo de 2012

La terquedad de la ilusión

BD-756286,Aaron BoardLeer aliteraciones inteligentes siempre ha sobreexcitado las cosquillas de mis dedos sobre el teclado, aún recuerdo esos días en los que a la menor provocación me lanzaba a escribir sin parar, aunque las líneas que resultaban de tan frenético impulso no hallan sido siempre las más atinadas… basta con que el tiempo haga su trabajo para que después de algunos meses, incluso años, al revisar el disco duro y las huellas que voy dejando en la red, en proyectos olvidados, cuentas de correo en pausa y demás sitios etéreos, pueda percatarme de que la influencia de las emociones sobre lo que escribo no siempre es el más afortunada.

 

Será esta influencia emocional lo que la mayoría de los que tenemos el vicio de la escritura llaman inspiración, en mi caso particular no puedo decir que crear realmente en algo como eso, creo más bien que se trata de esa necesidad común a todos los seres humanos por desahogar un poco la basura que venimos cargando día con día, esa sustitución del analista por el cursor interrogante, que sin señalamientos ni interpretaciones puede generar incluso un efecto más terapéutico que la mirada inquisitiva de señor del diván.

Decir que escribo para nadie seria un absurdo, los que se hallan tomado la molestia de seguir estas pesadas líneas a lo largo de no se cuantos años, sabrán que siempre escribo no se si para alguien, pero si por alguien, a veces por la otredad que me mueve y rasguña los adentros, otras veces por confrontarme frente a mi propia imagen en esa interminable imagen de mi mismo y de los espejos incrustados entre espejos, que me la devuelven ahora distorsionada,  otras veces fría y ausente y en ocasiones hasta delirantemente patética, escribir por la necesidad no de contar un historia, sino por el simple deseo de encontrar respuestas en el silencio de la pantalla que como nadie, fija su atenta mirada en este saco de piel y huesos.

Que soberbio es el poder de la mirada que nunca engaña, qué poder se esconde en esa magnifica experiencia más que sensorial, del alma misma. Es que en la mirada se me escapan los deseos, las ansias y el temor que reblandece aun más la flacidez de esta carne convulsa por la belleza hiriente.

Y qué es la belleza, un don que se esconde en los pliegues de un dorso firme, el rictus que se dibuja en los labios deseosos del calor de la humedad de una lengua curiosa, el desdén que se alberga en la timidez de unos parpados duros y en la inocencia de una cínica sonrisa entre aquellos que sin mediar palabra alguna logran descubrirse reflejos de un mismo espejo, porque somos esencia de la misma sabia imperfecta, la misma quimera con iguales elementos distorsionados, la misma brutalidad y el mismo dolor impregnado.

Y aún en la comunión buscamos la diferencia, ese gesto amable y retorico, el eufemismo de un acto  desinteresado y simple, que da paso a la terquedad de la ilusión, la ingenua idea de sentirnos incompletos y buscar el complemento que venga a satisfacer nuestros apetitos, la gula intermitente detener y no quererlo, de desearlo y no conseguirle, para al fin abandonarnos en esa implacable ola de sueños que al despertar nos arrojan desnudos a la frívola realidad que negamos en la negación de nosotros mismos.

Ignatius confeso.

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