martes, 17 de febrero de 2009

Febrero...

Febrero siempre pasa lento, sus días son extremos, los hay con lluvia, con demasiado sol e incluso hay días, en los que me tengo que levantar a patear pingüinos y quitar la escarcha de mi puerta al salir por la mañanas.

Veintiocho días, es el mes más corto del año, pero el más insoportable para mi, no se desde cuando, no se ni siquiera porqué, lo único cierto es que estos días me transforman en un animal encerrado entre estas cuatro paredes, testigos, de mi mal humor y mis fallidos intentos por desplazar mis angustias.

Nada me queda claro en Febrero, todo me parece distorsionado, efímero, sobreactuado, ni siquiera la primavera y su embeleso me hacen sentir tan fuera de lugar. No es que sean recuerdos aciagos, más bien quizá, la falta de estos, el sentimiento de abandono y de extraña inexistencia, pues en la barata de promesas infundadas, tal vez quisiera unirme y comprar unas cuantas, pero hasta el arte de fingir me abandona.

Febrero es gris, absurdo y fastidioso. Con clima alocado, miel procesada y arrumacos absurdos. Febrero es mi ausencia, la prueba de un deseo desafortunado que no se ha satisfecho, Febrero es más amargo que mi café pero sin su espuma blanca que tanto me gusta observar, porque me pierdo en ella. Febrero es mi cigarro prendido al revés, el que no puedo fumar porque sabe a mil demonios exorcizándose.

Pero que culpa tendrán estos días, el culpable soy yo, únicamente, responsable de mis fantasías, de mis frustraciones concebidas y la locura a la que me entrego. Quizá no sea Febrero, porque Febrero es al final una invención, como todo lo que acabo de decir.








Ignatius malhumorado

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